Os pongo este artículo de El País que me ha parecido muy gracioso:

Español para extranjeros - SERGI PÀMIES

Se puede hablar español sin decir palabra? Probablemente. Existe una categoría de visitantes que, por voluntad o incapacidad, no consideran necesario saber más de cinco palabras en español: olé, paella, sangría y Real Madrid. La organización del ocio litoral y las condiciones en las que viajan muchos turistas tampoco requiere de un vocabulario barroco y es comprensible que algunos limiten su léxico a este escueto aunque eficaz repertorio. ¿Significa eso que no podrán comunicarse con nosotros? No caerá esa breva. Existe un territorio muy frecuentado que podríamos denominar español no verbal. En lugar de palabras, se basa en la gestualidad. Mover rápidamente los dedos índice y pulgar, por ejemplo, significa dinero, en español mudo y en otros muchos idiomas igualmente insonoros. Levantar los brazos y chasquear los dedos en señal de alegría, en cambio, ya tiene cierta connotación festivo-mediterránea. Se trata de la versión light de una actividad teóricamente hispánica: el toque de castañuelas.

Es cierto que las castañuelas no gozan de la popularidad que tenía en los afterhours que, en sus tiempos mozos, frecuentaban El Tempranillo y su peña destroyer. Pero también lo es que se siguen vendiendo como equívoca seña de identidad. Los modelos de castañuelas expuestos en las tiendas de souvenirs no invitan al optimismo ni al éxtasis estético. Suelen ser de imitación de madera, con inscripciones y motivos reiterativos: toros convertidos en pinchos morunos de banderillas y bailaoras atrapadas en espirales de faralaes a modo de camisa de fuerza. Pero la castañuela no tiene la culpa del trato que le dispensa la cruel mercadotecnia. Y por más que vayamos de modernos por la vida y tengamos el cuerpo acribillado de piercings y de tatuajes la mar de fashions, muchos guardamos en nuestro álbum una fotografía en la que posamos con sombrero cordobés, camisa de lunares, sonrisa Joselito y un temible par de castañuelas a guisa de arma blanca.

Puede que una de las razones de la decadencia de la castañuela sea su sonoridad, que no puede competir con otras formas, más perjudiciales para la estabilidad otorrinolaringológica, de contaminación acústica (véase vehículos equipados con sofisticado armamento tunning). Pero si el turista se toma la molestia de aprender a tocarlas antes de viajar a España, tendrá asegurada la admiración de los indígenas sin necesidad de saber ni una palabra de español y será tan venerado como esos japoneses que, incapaces de articular una frase, cogen una guitarra y se arrancan por bulerías. La castañuela tiene bibliografía. En 1882, se publicó un extrañísimo libro titulado Crotalogía o Ciencia de las Castañuelas, en el que el autor (un cachondo: Francisco Agustín Florencio) escribía cosas como: "El bailarín que toca las castañuelas hace dos cosas; y el que baila y no toca, no hace más que una cosa". O esta otra, digna de Confuncio bajo los efectos de alguna sustancia psicotrópica: "El que no toca las castañuelas no se puede decir que las toca bien ni mal".

Ejercicio del día. Si no tiene castañuelas a mano, coja dos cáscaras de mejillón, átelas con un sedal y, harto de vino, interprete aquella canción veraniega de triste memoria titulada Tacataca.